EL MARTILLO EN EL YUNQUE

El poeta asturiano Carlos Bousoño, afincado en Madrid tras el exilio paterno en México, no sólo ha sido un gran filólogo y profesor universitario sino un ensayista y crítico no menor (Teoría de la expresión poética, La poesía de Vicente Aleixandre, El Irracionalismo poético: el símbolo) y un poeta en toda regla, un poeta de posguerra influido por Aleixandre (sobre el que hizo su tesis) y Dámaso Alonso. Autor de unas primeras obras Subida al amor y Primavera de la muerte (1946, título con que denominó su último volumen de poesías completas y que alude, de forma metafórica, a lo que para él es la vida), de Noche del sentido, Invasión de la realidad, La búsqueda, Oda en la ceniza y Las monedas contra la losa (ambas Premio Nacional de la Crítica en 1968 y 1974, respectivamente), Metáfora del desafuero, El ojo de la aguja y El martillo en el yunque (1996) es todo un ejemplo de unidad y variación, de entusiasmo y sentimiento trágico y de robusta expresión que nunca resta sino que multiplica significados.

I El martillo en el yunque, primera parte y nombre del primer poema de este libro, alude a ese ir muriéndonos a fuerza de vivirnos y trabajar. El clásico «Pienso, luego existo», se convierte en un: puesto que existes, “te mueres de ti mismo”. Y lo expresa por medio de un soneto crecido, en el que un último verso extra nos insta a que digamos qué somos: llanto y cárcel.

En “Informe sobre la muerte de un caballero”, hace toda una descripción del inmediato paso al no ser, tras el ictus y la muerte clínica, pero cuando aún se es por ese “cuerpo presente” y explora en ese hundirse en el más allá (anafórica y distanciadamente nominado como “allí, en la soledad maniatada / allí, en la mancilla” de la huesa, en que lo irracional, lo cubista, la ruptura de preceptos, tópicos y convenciones ante una muerte siempre moderna: “morir es ejecutar en gran formato una infinita obra maestra, es entrar con pie firme en los reinos de la genialidad”.

En “La extraña coyunda” la fascinación me trae a la mente un amor terminal o en el filo de un peligro inminente, un “Treblinka o un Auschwitz” cualesquiera. Sin embargo, esa pareja paradójica podría ser simplemente la vida y la muerte, ya que “mi muerte invisible con mi vida nació”, sí la muerte crece conforme crecemos, crece su inminencia al tiempo que vivimos, por eso desvivirnos no nos aleja más de ella. Por medio de periodos oracionales infinitos, paronomasias, paralelismos y enumeraciones consigue un ritmo fluido y relajado

“La Charada” se nos propone como acertijo, ¿adivinamos la palabra o idea clave a partir de las indicaciones que el poeta nos da? Aceptamos el juego y jugamos a buscarle el sentido. Remite a una fila, un confuso orden y un hilo en una aguja que penetra en la sangre. ¿Será el dolor? Alude “al ojo de la aguja que está en ti” y añade: «un alfiler pausado ensarta una pupila». Caray, ¡qué dolor!, no podemos decir que no sea plástica la imagen. ¿O se referirá a ese “ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio” tan humano? ¿Todos de un modo u otro causantes del sufrimiento, que cose un orden irrevocable que hace comulgar con ruedas de molinos? Confieso que me he perdido en el acertijo que, de todos modos, “va a dar en un mar lleno de siglas” referencia tan manriqueña como actual. Pero así todo encuentro la composición desazonante y musical.

II El callejón

Comienza con “Elegía final en la muerte de Vicente Aleixandre”, su maestro y amigo, por medio de varios poemas ensartados, muchos a modo de letrillas en versos de arte menor de carácter popular (7,5,7,5).

Le sigue «Una Música» en que parece hacer un elogio del silencio como contraste con la sonoridad, la ausencia como fuente también de ritmo y música, por medio de versos casi idénticos que inician y terminan la composición (cambia el verbo y las comas en el adverbio en el segundo caso) con ese valor cíclico al tiempo que único; las mínimas variaciones me hacen sospechar -no sé si ciertamente- que el primo al que dedica el poema ha fallecido y que, tal vez, fuera músico (quizás sea mucho suponer): «…Del mismo modo que en una pieza orquestal /(hay) se hace, inopinadamente, un silencio…»

Con «El error» (dedicado a Miguel Delibes) repite el esquema de comienzo y fin semejante para involucrarnos en esa cuenta atrás confusa que es la vida, y que nos va restando los seres que quisimos y quienes nos ampliaron poniéndonos calzas y lentes con que ver más allá y mejor lo que nos rodeaba: «Tiene que haber un error en la cuenta, / un roto en el calcetín, una trampa en el juego».

Acaba esta parte con el poema, en largos versículos, que le da nombre, «El callejón». En él nos habla del dolor como redención, en ese callejón sin otra salida que la eternidad («el Niágara de silencio que precede a la catarata, / al misterio de nuestra caída, cabeza abajo, en la eternidad»); de ahí que le otorgue «algún fin acaso trascente y purgatorial», de forma que «mereciese la pena el sufrimiento que nadie merece, pero que sería capaz de hacernos merecer a quienes lo padecemos».

Tras el largo poema titulado «Celebración de un cumpleaños», dedicado a Octavio Paz y que termina con un admirado apóstrofe («oh pordiosero de tu conciencia, oh escrutador, oh minucioso explorador, / oh celebrador de lo infausto!»), se halla «Sensación de la nada», que dedica a Lázaro Carreter, y en el que parece temer la muerte sin fe y sin la piedad de lo efímero («es horrendo un padecer simbólico / sin la materia errátil quer lo encarna. / Es la inmoovilidad del sufrimiento»).

Por último, se dirige a la amada en «Su corazón»,por medio de un soneto con estrambote o crecido, en el que aúna magistralmente experiencia amorosa e intuición de la muerte y pide. «Retrasa el cese de mi ser», mientras suenan los latidos como redobles funerales.

III Salvaciones

«Anhelo» encabeza la serie de poemas de esta tercera parte. Y nos hace partícipes de su deseo: “Estar aquí como el arte”, ni más ni menos.

«Nacer», poema que dedica a  Gregorio Salvador, define ese paso al ser como una irrupción en la existencia desde una nada original procreadora; además, nos hace retrotraernos a  experiencias apenas recordadas o vividas en el milagro de los niños familiares, por eso olvidar lo que fuimos cuando aún no teníamos existencia es una «Fuente que das la vida, ausencia de memoria».

En «Humanos en el alba (Juventud)» sugiere que “¡Somos la luz que sólo es ya garganta!» y también “¡Somos colores, somos pobladores / de la vida en colores redentores, y el tacto palpe y la pupila vea!”, verso que  me recuerda al Gozo del tacto de Dámaso Alonso  y a ese El mundo está bien hecho con tantas connotaciones (manriqueñas, del verso encabalgado de Guillén en Beato sillón, del  irónico Elegido por aclamación de Ángel González) del propio poema de Carlos Bousoño que comienza así:

El mundo está bien hecho

Los ríos van a la mar,

el mar a las playas de moda,

de manera que el mundo está bien hecho.

Sobre esta cuestión no puede discutirse. Mas si alguien

quisiera alzar su voz contra el aserto,

le taparíamos la boca con la prueba más firme:

el General.

No puede darse un general en jefe sin que exista

el orden en las filas. Y por tanto

las filas del orden del General en Jefe

y el Jefe mismo, en general, como ya he dicho, vienen

a demostrar

la armonía preestablecida. Y la buena mano que ha

tenido quien pudo

para hacer lo que ha hecho. Aunque, después de todo,

no hubiera sido necesario traer

hecho tan concluyente, toda vez que este mundo,

y, en general, toda playa de moda que va a dar en la

mar,

eran ya suficientes para que nos bañásemos

en el más general regocijo

del General en Jefe.

El siguiente, «En el poema», nos abre el verso a las infinitas posibilidades de mestizaje de las palabras con sus cruces y caras, en rodaje perpetuo, rebosando la verdad innata al poema y sus juegos fonéticos “y en cada minucia de cada nonada, / hay silos y sinos, / designios, y siglos y alas…” y los múltiples rumores en el límite de la explosión, por que la poesía es como andar haciendo funambulismos en el filo de un cuchillo alimentando el imperio de la posibilidad y la inquietud pero con la seguridad de no caer del lado de la catástrofe, impidiendo el corte, la exquisitez de lo que a punto está.

A Andrés Amorós le dedica «Lo que busco», y lo que busca es lo eterno, lo que fue y es y será inamovible sin dejar de vibrar como las aguas, el ritmo y los paraísos que nos dan la apariencia de la inmortalidad. El rito de la felicidad para evitar la sensación de pérdida y mutación del paso del tiempo.

“Yo buscaría lo que siempre acontece” dice para salvarse en el eterno retorno del tiempo cíclico. Yo encuentro en él lo que aconteciendo siempre dista de ser imitación o plagio, porque renueva la savia fermentada del pasado cultural, retuerce el cuello al cisne y da un vuelta de tuerca más a lo que no ignoramos pero dudamos de continuo: la vida, el trabajo,

IV Testamento

Dirigido a su hijo Carlos Alberto, recuerda a Miguel Hernández, aunque desde una perspectiva muy distinta: la vida es sueño, el despertar la muerte, pero la plenitud del hijo representa el ocaso del padre. En este poema, la hora que llega, llega como una renuncia y la sombra, como eterna compañera, dama de la noche más que del alba, que dormía en “la honda tiniebla / suavísima” (con ese oxímoron y esa sinestesia que hacen de la muerte una terrible amiga y al hijo una especie de Bruto que mata a su padre por amor e ignorancia).

A pesar de Bécquer y sus palabras como aire, a pesar de ese subir por los pronombres como Salinas, la antítesis de este “juego ruin” (vida y muerte) está en el hijo «roedor» que testimonia el tránsito, el bien y el mal, el amor y la traición. Cada sucesor resulta una imperiosa fuerza que coloca a cada individuo en el justo momento del adiós. Cada heredero expiará su culpa. El “Credo quia absurdum” de Tertuliano (Creo porque es absurdo), la “melodía de contrarios”, el “hablad sin cesar / para no oír lo que se oculta tras el señuelo de encanto” remiten a las lisonjas de la vida, pero una vida al fin cuya plenitud cualquiera desearía garantizarse.