LLÁMAME POR TU NOMBRE

La novela Llámame por tu nombre de André Aciman es bastante singular. Indaga en los escarceos amorosos y sexuales protagonizados por dos varones, un adolescente de 17 años y un joven de 24, a finales del siglo pasado, rodeados por un ambiente cultural  en el que la literatura, la música y el paisaje son elementos fundamentales. El lujo y la elegancia discreta y el compartir eventos gastronómicos es otro de los pilares.

La radiografía psicológica nos asoma al deseo y a la culpa. Es toda ella una semblanza del descubrimiento. Los tópicos del Tempus fugit, del Carpe diem y del Colligo virgo rosas  se hallan presentes, y nos recuerda que a veces vivimos vidas paralelas o vidas amnésicas en las que disfrutamos de algo mientras añoramos lo que perdimos y que mantenemos lejos de la nueva vida.

Me ha gustado bastante y quizá no haya sido ajeno a esto el que su prosa me haya recordado a la de Javier Marías. Pero, ojo, no la considero apta para aquellos que sólo buscan la acción, dado que les resultará muy reflexiva. Tampoco hará las delicias de los excesivamente pudorosos, esos a los que no les agradan las escenas muy subidas de tono.

Una cita muy interesante es la siguiente: “En tu situación, si hay sufrimiento, domínalo, y si queda alguna llama, no la apagues, no seas cruel. La ausencia puede ser algo terrible si nos mantiene despiertos toda la noche, y ver cómo nos olvida antes de lo que hubiésemos deseado no ayuda. Nos desprendemos de tantas cosas propias para poder curarnos lo más rápido posible que a la edad de treinta ya estamos en bancarrota y cada vez tenemos menos que ofrecer cuando empezamos una nueva relación con alguien. Sin embargo, no sentir nada por miedo a sentir algo es un desperdicio”.

Y me ha creado el gusanillo de leer una novela de Thomas Hardy que menciona, La bien amada, porque si el tiempo todo lo cura quizá deberíamos vivir varias vidas para resolver nuestros problemas y que no se acaben heredando de generación en generación. Y es que, como dice el tango, 20 años no son nada, la mirada febril cuando se ha entregado el corazón de verdad podrá permitir otras actividades vitales (comer, reír, dormir, etc.), se podrá ocultar y podrá parecer que se ha superado, pero siempre estará ahí latente, agazapada, viva, en otra dimensión quizá paralela, quizá tangente, quizá secante, quizá…