POEMAS PARA DISFRUTAR

He tenido la suerte de disfrutar hoy de una charla-recital del autor Aurelio González Ovies -asturiano de Bañugue y profesor de latín en la Universidad de Oviedo- y de una amigable comida posterior.  Lo he «reconocido» tras años de caminos diversos desde una común primera juventud (como estudiantes de filología) en que nada supimos el uno del otro, y me he reconocido en sus palabras una vez más desde que, hace bien poco, durante un recital que ofreció durante un curso aquí hace un par de años, me llegase su voz desde las esquinas empolvadas de mis recuerdos. Y hoy lo he conocido, paradójicamente al fin, y veo que es un hombre entrañable, como auguraba su poesía. Directo, campechano, amable… Sobran los epítetos si lo escuchamos.

De lo que he leído de él, La hora de las gaviotas es mi obra preferida. Inmejorables son sus poemas: «Usted seguro que ha sentido vergüenza alguna vez», «Yo también masticaba la cal de las paredes», «Mi voz es el paisaje», «Volverás en verano», » A veces la tristeza te espera en cualquier sitio», «De tarde en tarde quiero que vengas», «Vista desde aquí la tierra tiene un puerto». «Recuérdale a la vida», «Acaso nos hemos confundido», «A veces esta casa me entristece», Quédate con mis libros», «Y nos hemos perdido», «Cuando hayamos llegado» o «Anuncio por palabras». El que dedica a su madre, apenas tres versos, me pone el vello de punta.

Su voz resulta íntima, como si nos hablase al oído con la confianza de un amigo antiguo. Y nos habla con la melancolía propia de los poseedores de vida que la fueron desgranando y perdiendo para ganarla en la permanencia del recuerdo (siempre el tempus fugit), con amor a su terruño apegado a la mar y a la infancia inolvidable, a los suyos -trasunto de los nuestros, de los eternos familiares que hacen del árbol genealógico de cada cual el árbol de su vida- y la esperanza colándose por los resquicios de lo que queda por vivir a toda costa, y aunque algún desamor nos marque con el hierro candente de su huella.

Paradojas de la historia, le reconozco casi 30 años después de conocerle. Y siento sus gustos como propios, sus poetas y cantautores favoritos: Joan Báez, Paco Ibáñez, Machado, Miguel Hernández (Nanas de la cebolla, el poema que escogería quizá si sólo pudiera elegir uno), Pablo Neruda (sobre todo Los versos del capitán), Antonio Gamoneda…  También sus temas me son afines: el amor y el desamor, los misterios de la existencia, la felicidad, el paso del tiempo, la muerte, los orígenes (la familia, la infancia, la tierra que le vio a uno nacer) como paraíso perdido, el miedo, la soledad… Y su quehacer no sólo consiste en comunicarse sino que le sirve al mismo tiempo de terapia, una de las principales facetas de la literatura para mí.

Sus principales obras:

Las horas en vano (1989)

Versos para Ana sin número (Premio Internacional de Poesía Ángel González, 1990)

La hora de las gaviotas (1992), Premio Juan Ramón Jiménez.

Vengo del Norte, accesit del Premio Adonais 1992

Nadie responde (Accésit Premio Esquío. 1994)

Tocata y fuga

-Y su antología: Esta luz tan breve (casi cien poemas escritos entre 1988 y 2008), con que se estrena la editorial Saltadera, que además con este libro abre la colección ‘Sol y sombra’.

Tener tu propia voz sin dejar por ello de llegar a la gente es un privilegio a la altura de los grandes, porque es muy complicada la sencillez. Vocación minimalista que no deja de buscar la palabra precisa y sutil, sin rodeos, certera, llena de sentimientos que afloran limpios, intensos y cercanos, hacen vibrar y no dejan a nadie impasible.

Disfrutad de algunos:

USTED seguro que ha sentido vergüenza alguna vez

al decir que en su cuarto caía una gotera

o que su pobre madre le hacía el bocadillo

siempre de natas con azúcar

-son cosas de la vida-.

Confieso que en mi casa el olor a humedad

era casi entrañable

y todos los domingos se comían garbanzos,

salvo en alguna fecha señalada.

Que lloré muchas veces por no querer llevar

los jerseys con coderas

o no tener un lápiz con enanito arriba.

Confieso que la ropa nos la daban los primos

que ahora son albañiles

y que nuestra familia se rompió por la herencia

de unos metros cuadrados de baldosas con taras

-son cosas de la vida-.

Que, a escondidas de todos y hasta los siete años,

tuve el chupete debajo de la almohada.

Confieso que los míos son personas sencillas:

usted sospecha que hablo de un padre que no sabe

lavarse bien los dientes,

de una mujer que escribe con mala ortografía,

de unos hermanos fieles como la misma sangre

y una casa que huele, cada vez que entro en ella,

a las húmedas manos de la melancolía.

Confieso que he nacido donde hubiera elegido

por encima de todo

cada vez que naciera.

YO también masticaba la cal de las paredes

en las tardes de agosto

y creía que sólo se moría en invierno

y no entendía por qué cada vuelta del mundo envejecía a mi madre

Estuve enamorado de una araña grandísima que vivía en una grieta

de la puerta

y hacía competiciones de gusanos.

El cielo me parecía una carpa gigante

y cuando vi pasar los primeros aviones los ojos se me abrieron

como dos libertades.

Mi padre me enseñó a comprender el viento,

a predecir la lluvia en la piel de los árboles

y por eso he tenido siempre miedo al futuro.

De pequeño, además, yo quería ser gitano

para tener un burro, entre otras muchas cosas,

y caminar descalzo.

Pero la vida nunca acepta nuestros ruegos

y me gustó el latín no sé por qué motivo

y aquí estoy ensañando lo que a veces no entiendo.

¿Qué voy a decir yo de la palabra hombre?,

¿cómo puedo explicar que para que haya historia

hubo que desde siempre ir matando o muriendo?

Conseguí ser mayor y me quité estos vicios a pesar de mí mismo:

y me conformo y callo y voy tirando

y echo de menos mucho la araña de la grieta

y el olor de la cal me es como de familia.

Aprendí, como todos, a amar lo que no amo,

y a hacer, según la norma, lo que todos hacían.

(De La hora de las gaviotas)

VENGO del Norte,

de donde la tristeza tiene forma de alga,

de donde los siglos son muy anfibios todavía,

de donde las grosellas son un veneno puro

para beber un trago cada noche.

Vengo de allí a conquistar paisajes malheridos,

a dar voz a los ecos de estos valles

que nunca se han hablado más que con señas de humo.

Ella viene conmigo,

con todos los caminos enroscados al cuello

y una perla de hambre colgada de su frente.

Quiero vallar aquí la eternidad para todos los míos,

para todos los hombres que desciendan de un padre

carpintero,

para todos los muertos condenados a girar esas aspas

del eterno retorno.

Mirad aquellas tierras, aquellas plantaciones

de pájaros mojados,

mirad aquellas granjas donde todos los días

el sol devora el pan.

Mirad y, por última vez,

podéis llorar al pie de los lechos del trigo

que agoniza.

Porque vengo del Norte,

de donde nunca anidan las cigüeñas

porque las torres tienen que apuntalar el cielo;

de donde el frío habita el carbón de los lápices

y hay una flor gitana que cura el desencanto.

Vengo de allá,

de un paseo marítimo alumbrado con gas de calaveras

y estrellas de carburo.

Ella viene conmigo porque lleva en el vientre

más de doscientas conchas

y un hijo sin edad como los faros.

Ahora la prisa está bajando su marea,

ahora las caracolas tienen un rey de nácar,

ahora cada ola desemboca un destino

y yo os vomitaré un mar

para que nunca más os encontréis solos,

para que los auspicios os lleguen en botellas

y podáis escribir al horizonte.

Vengo del Norte,

y sé un poco del trayecto de la muerte

porque allí desembarcan sus galeras.

Escuchadme y seguidme,

os traigo grana verde de la palabra

que sangran los manzanos

y dentro de unos años nuestra felicidad podrá estar

muy madura.

YO soy el mensajero de los atardeceres,

de las horas granates que apiñan las frambuesas.

Soy la hora que nunca regresará a su sitio.

Soy el conquistador. Soy el atardecer. Vengo del Norte.

El ganado está manso como un pantano de oro

porque el mundo es pastor en esta orilla

desde hace muchos siglos,

yo lo vi merendar manteca y miel silvestre.

Algún día tendremos una casa,

algún día seremos dueños de una pomarada

donde la eternidad despierte con los gallos

y te ayude a peinar a nuestros dos mil hijos.

Vengo del Norte como la blanda niebla

que masticáis vosotros en las bodas del viento,

como el rostro moreno de la brea con que encendéis

los libros de la noche,

como las golondrinas que escapan de las cuadras

al reventar la seta del otoño.

Ella llora porque ha dejado atrás una cruz de violetas

encima de su raza,

porque sabe que aquí ahorcará su memoria

en esta lluvia de árboles que no hubieran nacido.

Los pastos están rotos,

pero traigo un arado con los dedos de un dios

que arañarán la tierra hasta tocar los huesos del primer

enterrado.

Ella rota un molino cada vez que me mira

para pedirme amor entre la hierba alta,

cada vez que me sube a los graneros donde la voz

deposita su harina indescifrable.

Os traigo una noticia envuelta con hojas de castaño,

una noticia fresca

que necesita tiempo debajo del estiércol,

pero será tan grata como la novia nueva

que grita cuando rompen su blanca idolatría.

Ayudadnos a descargar nuestra carreta;

que ella se pose despacio

como una edad que acaba de romperse las piernas

y necesita esclavos para bajar la vida.

Veo que está la noche cantando como un grillo

y que vuestras esposas han encendido el fuego.

Podéis iros,

que el vino sólo tiene un momento como las decisiones.

Mañana volveremos a vernos

cuando el rocío enmarque cristales a otro día

y amanezca de nuevo la palabra distancia.

HOY tienes en el alma noche de luna llena,

tu eternidad aúlla detrás del pensamiento,

en las dunas del dolor que hemos dejado atrás

para llegar aquí y estar tan solos.

Encargaré a los pinos que lacren tu conciencia

con resina salvaje,

y entenderás el llanto de los lobos,

los frágiles dialectos de los copos de nieve.

Serás la reina aquí. Serás la enredadera que suba

por el tronco de mis árboles,

serás la milenrama que busquen los enfermos de esperanza.

Vengo del Norte,

de donde las sirenas siguen llamando a Ulises,

de donde los recuerdos se borran con la lluvia,

de donde los destinos se reman con los brazos muy abiertos.

Ella viene conmigo

para daros a luz una provincia de perfumes.

Ella trae las cenizas del gélido nordeste.

Vengo del Norte,

a encender las luciérnagas de vuestra soledad,

a tatuaros la piel con el rumor de los enjambres.

Mi silencio revienta como la pasión de las legumbres.

Aquí extenderemos las paredes de nuestro nuevo mundo

y ella tendrá un estanque y un sueño de pizarra

y unos ojos azules como los dioses áticos.

Quiero que la felicidad desprenda la fragancia

de los albaricoques

y se siente a morir cada tarde un momento.

Si me miráis así seré un poco más viejo que la tierra,

porque vuestras pupilas giran con el vapor de las embarcaciones

en que navegan los antepasados.

Ella tiene dos pueblos hundidos en el alma

y en noches como ésta habla con el acento de los pantanos;

lleva en el corazón un campanario

para que nunca más estéis tan apartados de las golondrinas

y sepáis la hora por su tristeza románica.

Vengo del Norte,

de una aldea tranquila donde la muerte viaja en un tren

de carbón,

de la llamada azul de los afiladores,

de una granja apartada de todos los destinos.

EN las viejas miradas la luna canta tangos.

Soy el antepasado de los que me suceden,

soy un gitano oriundo de la flor de la pena,

soy el giro ancestral de la rueda del carro.

Soy un camino errante. Vengo del Norte.

He traído a mis muertos para que vuestros campos

germinen la promesa,

y ha venido la sangre a llover esta tarde

para que aquí reviente nuestra estirpe

con la fecundidad de los volcanes.

Soy el grisú que flota en las bocas ajenas,

soy el túnel que desemboca en la desesperanza,

soy el marzo que apunta en la rama del verso,

soy el corresponsal de las hogueras.

Vengo del Norte,

de la escritura cuneiforme del acebo,

de los funerales de la agricultura,

de la enorme tristeza con que se aleja el oso,

de la genealogía del pan de leña.

Ella viene conmigo porque es fértil

y amamanta a las mulas;

ella es la pregunta carnosa que rellena los frutos.

Algún día entenderéis por qué la quiero

y por qué come el polvo que levanta el futuro.

Tendremos una casa

y vendrán a cocer pan vuestras mujeres;

tendremos un establo y volverán los gritos de las fraguas.

Yo soy de un domicilio rural como la niebla,

soy el rompeolas de la edad tempestuosa,

soy el deseo marítimo de los de tierra adentro,

soy el invertebrado. Vengo del Norte.

No conocéis el viento ni sus silbidos rubios

cuando el bambú se seca.

Yo os traigo miradas viejas,

ojos parados en el solsticio.

Os traigo la luna en una jaula de lágrimas.

En las miradas viejas la luna enciende tangos.

Vengo del Norte,

del cazador furtivo de los páramos,

del relincho huérfano del asturcón,

de los caserones dorados del poniente.

Ella tuvo un reino detrás de la distancia

y descifra los signos de los que nunca llegan;

ella habla dos mil lenguas como los ojos

y redacta los fósiles de la memoria.

Quedaremos aquí,

donde el humo regresa al fuego,

donde la eternidad no bautiza a sus huéspedes,

donde los dioses son salvajes,

donde la verdad cierra al crepúsculo.

Quedaremos aquí y ella estará orgullosa

como el ave que oculta a los polluelos

debajo de su vuelo.

Quedaremos aquí definitivamente cerca del origen del agua.

(De Vengo del Norte)

NUNCA hice daño a nadie

-que yo sepa-;

ni me importó la vida

de los otros.

Si me pidieron algo abrí

los brazos.

Me equivoqué a menudo

y me equivoco.

Escuché. Puse llave

a dudas y secretos.

Deudas, alguna que otra,

la más grande conmigo.

No me conozco.

Muchas veces me dicen

que siempre estoy

rodeado

de gente…, sí,

y a veces

de tanta multitud

me encuentro más que

solo.

Fumo más de la cuenta

y entro y salgo,

saludo a muchas caras…

Amigos, lo que se llama

amigos,

tengo pocos.

Lloro cuando no puedo

resistir el dolor,

pero me suele hundir

cualquier mal trago

o un simple día de otoño.

Por lo demás

ya veis:

a la vida le pido

lo mismo, al fin

y al cabo, que

vosotros:

que me deje vivir,

pero mientras yo pueda

hacerme cargo.

Por lo demás,

ya saben:

lo que me gusta

ver

lo miro y a la cara.

A lo que no me va

cierro los ojos.

(De Nada)

¿Será porque yo también “vengo del Norte” y me crié entre chiquillos y guijarros, a la luz de los atardeceres de pan con chocolate, leche condensada cocida y juegos sin juguetes en calles sin asfalto ni atropellos?

Uhm, aspiro el olor familiar proveniente de la pequeña fábrica de sobaos que en los bajos del patio del vecindario fabricaba almuerzos mientras rumiaba yo la zanahoria que haría de mis ojos miradores.

Será porque yo también vengo del Norte…

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