HEROICIDADES MENUDAS

LO QUE ESCONDE EL BLOG: SER HUMANO ES DIFÍCIL

¿Qué hago? No puedo quedarme de brazos cruzados. Revoloteo a su alrededor.

Marco el 061. Lo he oído en la tele este mediodía mientras ella recogía a duras penas la mesa. Mamá lleva tosiendo toda la tarde. Parece un oso cavernoso como los que pintaban en las grutas que visitamos este otoño.

—Mamá  está temblando —le digo a una mujer de voz neutra.

Me pide que le mida la temperatura.

—Hay un termómetro en el cajón de su mesita.

Lo busco y lo hago. Cuando enfermo yo, es lo primero que ella hace entre mimo y mimo.

Quien está al teléfono sigue hablándome con una voz monótona. ¿Le aburrirá este trabajo? Mamá siempre dice que hay gente a la que nada le hace feliz y otra que se contenta con todo. Y que deberíamos conformarnos con lo que nos toca, sacar lo mejor de nosotros mismos en cualquier situación y disfrutar. Le gusta tanto dar consejos que un día escribiré sobre ellos. De momento, los copio en mi diario, el que me regaló hace un año, cuando cumplí los ocho.

—¿Cuánto espero?

¿Lo que tarde su historia? Y me ha contado un cuento que duraría unos… ¿tres minutos? Cuando ha terminado, me ha pedido que se lo quite. Pero no conseguía ver hasta dónde llegaba el mercurio, no lo tenemos de esos modernos que pitan. La mujer inalterable ha tenido que repetirme cien veces trucos para verlo. Al final, de tanto mirarlo girándolo poco a poco una y otra vez a la luz de la lámpara de la mesita, lo he conseguido. Marca 39, 8.

—Seguro, seguro.

Y como no he titubeado me cree. Me da la sensación de que está haciendo tiempo conmigo. Después, siguiendo sus indicaciones, le he puesto trapos de cocina húmedos en la frente para refrescarla, y la he destapado. Mamá, cuando se echó, se cubrió hasta las cejas.

Esa señora me ha preguntado por mi padre y no he sabido qué contestar. Papá se largó hace años nadie sabe adónde, o nunca me lo contaste, mamá. Luego ha insistido si no hay algún otro adulto con nosotros. Pero no, el abuelo murió el año pasado. Fue casi lo primero sobre lo que escribí en este diario. Me hubiera gustado tanto tener hermanos. Pero cada cual vive la vida que le toca. ¡Cuántas veces me lo has repetido, mami!

Le alcanzo la botella de agua para que beba a morro, necesita estar hidratada, pero ni se la arrima a los labios. Empieza a hablar en alto sin ton ni son, no la entiendo, parece delirar, los paños húmedos dejan de estar fríos enseguida. Me han dicho que evite acercarme demasiado. Lo justo para cambiárselos. Y que me tape la boca y la nariz con alguna prenda a modo de mascarilla.

No me escucha, no me habla, tirita y una especie de vapor rodea la escena y le da un toque de irrealidad. No tardarán, me asegura esa voz al otro lado del teléfono. Pero es terrible observar cuánto le cuesta respirar.

Llaman a la puerta, deben de ser ellos. Les abro. Suben con trajes casi espaciales, una camilla y aparatos muy extraños. Se han metido por el minúsculo pasillo hasta el saloncito que usa mamá de dormitorio. Nuestro apartamento es muy pequeño. Hacen mucho ruido. Es imposible, les oigo, demasiado tarde. ¿Qué es imposible?

Me he adormecido en mi cama. Me vienen a buscar. Sus caras son largas. Una médico o enfermera, dudo, me acaricia el cabello y la mejilla. Sin mediar palabra, me abraza y calla.

—¿Y mamá?

—Esta noche vendrás a dormir a mi casa. Acabo ahora mi turno  —es su única respuesta—. Mañana ya pensamos qué hacer.

—¿Ha muerto? —le pregunto.

Una lágrima resbala por su rostro y no necesito traductor.

Me da la sensación de que hoy he crecido un palmo. Mamá me diría que estoy hecha una mujercita. No lloro. Ella me enseñó a ser valiente.

2 comentarios

  1. olcadia said,

    abril 18, 2020 a 7:33 am

    Genial, Elena. Tierno y redondo.


Deja un comentario