EL RIESGO DE GANAR

Rosario de Gorostegui nos entrega una nueva impresión fímica con esa mirada cinéfila que la caracteriza. Esta vez le ha tocado a Siempre nos quedará mañana (Paola Cortellesi, 2024), una película que ha sido todo un fenómeno y que, quizá, lo debería ser aún más, porque para algunos relatos Italia es una mínima península en el ingente mundo con los mismos parámetros.

“¿A dónde voy?”, se pregunta Delia y le pregunta a su hija cuando esta le recrimina por permitir que su padre la pegue. Los golpes son una costumbre, afirma el suegro. No hay que pegar siempre porque se acostumbra; mejor, de vez en cuando.

La Italia de los años cuarenta, cincuenta. Como la España de esos años y posteriores también.

Cómo es golpear. Intento imaginarlo, no por morbo sino para odiarlo más; no para entender sino para rechazarlo con las tripas. Delia se queda por la costumbre, por presión social. No era un secreto: los vecinos, las vecinas lo saben y asisten impasibles, esperan hasta que él termine; a que ella salga y pueda disimular las marcas una vez más.

Sin embargo, Delia no parece acobardada; sigue trabajando, ahorrando, engañando para poder hacer, encontrándose con un hombre que le gusta. Todo ha crecido a su alrededor, entre sus manos, con sus dedos, con su dinero, con la comida que ella prepara y la casa que sostiene a pesar de los insultos y el maltrato continuado. No quiere a Ivano, lo desprecia y carga con su violencia por la familia, por su hija y quizá porque hubo otros momentos en los que se quisieron, antes de las guerras… Se quiere ir, se quiere ir, construye un puente para escapar que nos da una esperanza, en un arranque de decisión que se ve truncado por una suerte de destino adverso. Todo se alinea para dificultar la decisión tomada que lleva al espectador a un lugar equivocado. Pero muy bien cosido, hilando acontecimientos y ocultando o haciendo coincidir otros en un cruce confuso de circunstancias, tropiezos, carreras, encuentros fortuitos y ausencias en el límite de lo verosímil. Nos encogemos esperando que despegue, que conquiste sus sueños que son también los nuestros. Y en una escena de triple salto mortal, de redoble de tambores, Delia se convierte en una mujer creíble, consciente, sólida, solidaria, comprometida con su tiempo y su realidad política. Uf. El tiempo de las conquistas es una apuesta solitaria. Hay riesgo de ganar.

EL OTRO LADO DE LA NORMA

Rosario de Gorostegui enfoca su mirada sobre la protagonista de Rosalie (Stéphanie Di Giusto, Francia, 2023), mujer que no sigue los cánones habituales de belleza, pero que se enfrentará a la extrañeza que causa con una valentía fuera de toda duda.

Los que estamos a este lado de la norma tenemos serios prejuicios, en general. Este lado es el lugar oficial, ese sitio que no se cuestiona, en el que no hay que explicar nacimiento, color, condición, estado o físico. En el que no hay que demostrar nada porque no somos “conversos” sino que tenemos ya la posición de serie; somos “creyentes” de nacimiento. Significamos la legalidad, el poder, la verdad. Pero pronto sabemos que eso es una apariencia más o menos llevadera, asumida, permitida… 

Es difícil entender este mundo complejo, “ancho y ajeno” como escribía Ciro Alegría, en el que fragilidad y fortaleza, resistencia y debilidad están en lucha. Todo ello al otro lado de la puerta porque, de este lado, representamos bastante bien el papel si no hay algo que sea muy llamativo y que nos impida o dificulte entrar en el amplio grupo de la normalidad, de lo hecho “según una regla”.

Rosalie va desvelando con mucha cautela su secreto y basta con que se lo descubra al hombre con quien la han comprometido en matrimonio para que nazca en ella el deseo y la intención de no ocultarse; hasta el punto de convertirse en el elemento que rompe el frágil (ahora sí) equilibrio de las apariencias: una aldea francesa de finales del siglo XIX dominada por la iglesia y sus imposiciones, y por el dueño de fábricas, tierras y hombres. Ahí, Abel que regenta una taberna, verá cómo, alentado el público por la curiosidad de ver a Rosalie, se llena el negocio, lo que escapa al control de los poderes mediáticos. Se rompe el equilibrio de poder, de clases sociales y afloran los juicios.

El deseo es un impulso poderoso y Rosalie es joven y fuerte a pesar de todo. La película no esconde los sentimientos contradictorios, las dudas y el sufrimiento de no ser lo que se quiere, de no poder conseguir su sueño. No ocurrió así con Clémentine Delait, personaje real en el que se inspira la directora para construir a Rosalie, que sí pudo adoptar a una niña huérfana. Ese es el sino de todas las batallas: la lucha contra los enemigos siempre es cruenta y perdemos todos. En este caso la alternativa es no ser ella. Tendría que opacarse ante las reglas establecidas pero el camino de la libertad le sale muy caro a esta joven sensible, emprendedora, deseante. Valiente, sobre todo, valiente, que encuentra al fin el reconocimiento de su marido: una caricia llena de cariño y delicadeza tras la puerta; sin palabras, en el silencio elocuente de lo que importa.

PUAN

Rosario de Gorostegui dirige una mirada a Puan (María Alché y Benjamín Naishtat, Argentina, 2023) con una mirada cómplice con un sistema educativo y la esperanza de que el buen pasado anide en un futuro bueno.

En clave de comedia, aunque no sé si equilibra el drama o lo pronuncia construyendo una especie de esperpento, en ocasiones, en el personaje de Marcelo que raya en la caricatura de la torpeza frente a la perspicacia de su hijo, por ejemplo, si no fuera porque no se entiende la dicción de este chico en bastantes ocasiones lo que nos hace perdernos un texto que se intuye ingenioso. El loco subir y bajar escaleras del subte, de la facultad; el retraso constante y las situaciones de peligro para el ego (los pantalones, el vino que hay que pagar), presentan un personaje en la cuerda floja, un sistema a punto de caer, como esos alumnos que siempre están en el límite del suspenso y remontan en el último minuto, no se sabe muy bien cómo.

Puan es el nombre de la calle en donde está emplazada la sede actual de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. De ahí que, muchas veces, algunos nombren coloquialmente como «Puan» a dicha institución. Se trata de la universidad pública no por eso más libre, más rica, más prestigiosa… Pero sí da acceso a todos, es flexible, cobija protestas, promociona el pensamiento libre, la expresión de las opiniones, una tradición de márgenes que no hay en las instituciones privadas en las que el rigor y la disciplina son sinónimo de orden… aparente, diría yo.  Se plantea un modo de ver la vida en el microcosmos de una facultad de Filosofía. Podía haber sido un ámbito académico científico pero no, han desarrollado la acción en el recoveco menos glamuroso del conocimiento hoy en día, en una recalcitrante y casposa izquierda del Estado que todavía arrastra el lastre de la enseñanza pública no por convicción sino por herencia obligada por la que tiene que pagar un dineral de impuestos patrimoniales y que solo le reporta problemas: personas que contradicen, mentes que piensan con rebeldía, cuestionamientos argumentados y opiniones discutidas. Un problema inmenso si lo que se pretende es rapidez de movimientos sin cuestionamiento que dilate los procesos; no pensar mucho y decidir lo que convenga a unos pocos para su enriquecimiento. Sí, porque a pesar de los cargos públicos, no todos cobran cuando les corresponde.

En este contexto, dos formas de ver la vida que son dos formas de ver la enseñanza, dos formas de hablar, de comportarse, de vestir… dos mundos que conviven y que dibujan quizá pasado y futuro. Me quedo con los dos, con algo de los dos, con mucho del pasado y un poco del futuro. Porque no puede haber futuro si no se conoce el pasado, al menos, un futuro sólido, bien cimentado. Por eso esta película es una despedida desde la primera escena en la que muere el catedrático de Filosofía; muere un sistema político (Millei estaba a punto de salir elegido); muere un sistema educativo en favor de métodos breves y modernos donde el pensamiento es resbaladizo… y todo sostenido por el tango “Niebla del riachuelo” que interpreta a capela Marcelo al final como homenaje a su maestro y a ese pasado resistente, una viga de madera en los cimientos del subte de Puan.

SOSTENER EL MITO

Rosario de Gorostegui se acerca con su pluma a la película Priscila, dirigida por Sofía Coppola (USA, 2023), y que retrata su complicada relación con Elvis.

La tendencia me arrastra a mirarlo a él; me freno y reoriento. Ella, una niña deslumbrada por el cantante de moda, no puede sustraerse al amor. Enamorada. Pero no es suficiente para explicarlo; estamos ante la otra cara del mito. Y para hablar de eso, tengo que mirarlo. Una y mil veces.

Es muy difícil opacar la luz y, aunque la directora no lo pretende, a lo largo de la narración de esos quince años de convivencia en Graceland, aparece el lado de Elvis hombre. Yo diría, Elvis niño o, mejor, Elvis hombre inmaduro. Porque solo pensando en su inmadurez puedo entender su impotencia, sus reacciones y lo que vive y siente por una chica de catorce años, casi diez menos que él que, para la adolescencia, supone bastante distancia. Solo con una chica menor él podía mostrarse, hablar de su madre, sentirse un igual y protegerla como si fuese un reflejo de él mismo.

Cuando somos adolescentes todo está por hacer, no en el cuerpo que ya apunta curvas y estaturas, sino en la vida: se trata de una chica de catorce años que sale de su casa y su protección en un destacamento militar alemán y va a Memphis.

Escucho el disco de Paul Simon, Graceland, con esos ritmos africanos, frenéticos, en nada parecidos al rock de Elvis, a su Graceland y sus interiores oscuros que le pesan a Priscila como a una chica desubicada. Me concentro en los tonos pastel de las mangas abullonadas, en los peinados y cardados voluminosos y los ojos delineados con eye liner, infinitos; labios rojos y tacones de escalera al cielo. Los años sesenta en EEUU, tanto ruido aunque siempre más allá de los límites, fuera de la verja de la casa, en los bares y las noches locas. Momentos que la rodean y la ocultan, incluso en la negrura del dormitorio.

Hasta aquí el espacio que Priscila ocupa, las habitaciones por las que pasea durante los años que vive en Graceland. Pero hay otro territorio: el de la necesidad del otro. Priscila asume sostener al niño que habita en el mito y Sofia Coppola nos presenta un retrato de Elvis caprichoso, narcisista, impositivo, con un predominio de su interés sobre cualquier otra cosa (dice cuándo será el momento de hacer el amor, qué vestidos debe llevar Priscila o el color de su pelo y su maquillaje…). Así, con sus contradicciones, ella decide seguir hasta ir componiendo una vida propia que se aleja poco a poco de la de él. Más allá o más acá de un análisis feminista, destacan varias cosas: el deseo insatisfecho, la voluntad de quedarse asumiendo sus gustos hasta que se va, y la libertad para irse.

El amor lo puede todo, o eso nos hacen creer. Hay un mito propio en cada historia de amor que sostenemos, apoyamos, adoramos, iluminamos. El poder del amor.

PASE PRIVADO

Estás muy flaquita, oyes mal y ves poco. Me sobran unos kilos, me impaciento y te grito. Salimos de paseo y repites las mismas naderías.

De repente, algo extraño te recuerda una historia del pasado. Y una película se despliega en tu cabeza, y yo me siento en el patio de butacas de la escucha.

CERRAR LOS OJOS, ABRIR LOS OJOS

Rosario de Gorostegui realiza la reseña de La zona de interés (de Jonathan Glazer, Polonia, 2023), abriendo bien los ojos para captar lo que ocultan las apariencias y las vivencias.


Comienza con un fundido a negro. Un minuto de silencio que nos pone en situación y nos predispone a lo que vendrá. Es el recogimiento religioso ante el misterio: escuchamos nuestro interior. Cerramos los ojos para concentrarnos, nos abstraemos de nuestra realidad y pensamos solamente en lo que nos dicta el oído, sin más estímulo. Diferentes sonidos que tienden a abrirse y, en un determinado momento, tras las sirenas se escucha el movimiento de las copas de los árboles y, casi al tiempo, pájaros. Encontraremos otros fundidos a blanco, a rojo, a lo largo de la película.

Abrimos los ojos en un lugar frente al río, en verano donde disfruta una familia del agua y del sol. Dos coches surcan los caminos boscosos del domingo.

Cerramos los ojos también para no ver. El miedo paraliza y agranda la realidad como crecen los fantasmas en la noche; solo que, en este caso, la realidad es mayor que su fantasma.

Cómo se normaliza la ceguera. Esa es la metáfora de la película. El desconocimiento de la ley no exime de su cumplimiento, ignorantia juris non excusat, pero cuando cumplir la ley va contra todas las leyes entonces se colapsa algo de dentro, de nuestro interior o del sistema. Morir o matar si miramos; si no, caminar ciegos, cojear ciegos sobre la paradoja de la historia.

El contrapunto se atisba en el horizonte; solo vemos este lado, el de Disney, las pieles rosas, el precioso jardín lleno de flores y hortalizas; el amor a los animales; las órdenes tajantes sobre los setos y arbustos. Los cuentos infantiles en la noche, la niña que deja manzanas a los presos, Gretel empujando a la bruja al horno para salvarse. La conciencia de estar al otro lado a pesar de haber trabajado de sirvienta en la casa de unos judíos…

Parece difícil ofrecer una mirada nueva, acercarse al Holocausto con extrañamiento pero Jonathan Glazer lo logra con delicadeza y sugerencias. Le bastan sonidos de fondo, metonimias, sinécdoques que apuntan al todo; alguna marca explícita en manos de los niños, ropas sobre la mesa, un lápiz de labios abandonado en el bolsillo de un hermoso abrigo de visón. Solo mira de frente al final; el museo de la memoria nos trae de nuevo a la realidad que abandonamos hace ciento seis minutos.

ARENA SOLO


Viaje hacia el desierto, Margarethe von Trotta (Alemania, 2023) es la película sobre la que Rosario de Gorostegui realiza la presente reseña. En ella intuimos el renacimiento tras una dura relación, y también cómo la literatura y la escritura nos acerca un poco más al ave fénix.


Ir al desierto es encontrarse. Paradójicamente, podría ser difícil encontrar algo en un lugar donde parece que nada crece, donde el sol agosta toda apariencia de vida. Donde solo sobrevive lo esencial intimidado por la luz: la tierra, la roca, el sol, el aire… Ahí será donde Ingeborg Bachmann se reencuentre con ella misma en el viaje con el que comienza y finaliza este fragmento acotado de su vida. Su relación con Max Frisch, dramaturgo, durante cuatro años se presenta entre la narración en un flash back del hilo narrativo, ir y venir en el recuerdo; la historia que ella le va contando a Adolf Opel, su salvador en Egipto, que estructura todo el relato.

Ingeborg Bachmann (murió en Roma en 1973) está considerada como una de las más importantes escritoras modernas en lengua alemana. El camino que recorre Ingeborg Bachmann en su cronología, no en el film, es desde una mujer reconocida, segura, alegre, atractiva… a una mujer que se va rompiendo junto a Max Frisch. Al menos, en dos secuencias se repite algo sobre la culpa: no solo es del asesino; también de la víctima, dice él. Ella queda destrozada tras descubrir que él la utiliza para su trabajo, para su creación y Hans Werner hace un análisis interesante que le da la pista sobre la relación que él mantiene con ella.

Aunque esos años con Max son riquísimos para un debate y un análisis sobre las relaciones tóxicas, dependientes, abusivas, violentas… Sin embargo, no es mi intención sacar conclusiones sobre esta relación difícil, voluntaria, consciente. Porque creo que no es esa la intención de la directora ya que este doloroso fragmento de su vida lo enmarca en el motivo de su película: el desierto como punto de fuga sanador. Por eso quiero destacar la reconstrucción de Ingeborg tras la separación, y la paradoja del lienzo en blanco.

El viento en el desierto es frío por la noche, azota sin obstáculos y no tiene clemencia; por el día es violento y doloroso porque no quema el sol, sino el viento que nos rasura el rostro hasta la herida. Solo así podemos entender lo agreste de la escritura, el oficio que da en hueso cuando no tenemos qué decir ni cómo hacerlo. Por eso hay veces que necesitamos silencio.

El desierto es como la noche, casi plano, casi monocolor, casi silencio. Solo en ese lugar podemos encontrarnos fuera del ruido que protesta alrededor.

La arena no es sepulcro, no es tierra sino lecho poroso, sábana de hilo, un lugar sin recuerdos que le permite reconstruirse, ir palpándose y recoger sus deseos oprimidos para liberarlos lentamente. Ese recorrido es una travesía por el desierto, un viaje iniciático que hizo de la mano de su ángel salvador, Adolf Opel.

Parece que su muerte fue por un incendio que se produjo en la cama. Quién sabe si no estaría soñando con ese calor abrasador del desierto.

PROFESIÓN, EDUCAR

Rosario de Gorostegui reseña Sala de profesores de Ilker Catak (Alemania, 2023) con el plus de la propia experiencia, porque comparte ese amor por lo que es educar.

“Tomo nota”, “yo lo gestiono”, “me hago cargo”… Y sumamos tareas a las que ya son habituales. Si tenemos la suerte de un trabajo, es muy posible que el lunes comience una carrera hasta el viernes; eso si no se complica con otras cosas de camino, propias o ajenas.

La película de Ilker Catak retrata a una joven profesora que llega nueva a un centro de secundaria. Se podría pensar que todo lo que le sucede es como consecuencia de su inexperiencia, de su inocencia, de la forma ingenua en que actúa. Pero creo, más bien, que, si bien es verdad que alguien con más experiencia podría haber reaccionado de otra forma, quizá protegiéndose o no implicándose, pasando de los temas que diariamente se presentan, ella, en cambio, no se aparta de lo que cree su obligación y, diría, su vocación.

Carla Nowak es una mujer comprometida con su trabajo, con la educación. No desoye al alumnado porque es fiel a lo que cree, unos ideales que pretende inculcar en su alumnado. Estará sobrepasada por la institución, la dirección, la marcha de los acontecimientos, algunos compañeros y, en general, aquello que se fragua en el anonimato del grupo.

Cuando algo se nos va de las manos, es más de lo que podemos sostener,  dejar que las brasas se apaguen, lleva tiempo. Luego todo queda manchado con ese tizne negruzco difícil de quitar. Seguramente la experiencia ayuda pero no siempre. Y no podemos verlo venir, va ocurriendo, se teje rápidamente en falso y nos atrapa la tela de araña. No tengo consejos aunque siempre lo es actuar con conciencia de las cosas y con criterio: el nuestro, por muy ingenuo que sea el criterio o nosotros mismos. No podemos arreglar seguramente nada porque la grieta está antes de nosotros: en el sistema, en la sociedad, en las leyes de enseñanza, en el número de alumnos por aula…

No complicarse la vida. No destacar. No contradecir. No complicarse la vida, otra vez. Un mantra que no entra en la cabeza de Carla. 

La enseñanza en España no dista mucho de lo que se reproduce en Sala de profesores. Reconocemos las situaciones, los procedimientos, la estructura. Porque compartimos sociedad. Carla Nowak actúa en el “sí”, en la posibilidad, en el subjuntivo. Pone en marcha ideas, preguntas, ideales en los que cree. En el fondo, todos sabemos que los adolescentes son frágiles, son cambiantes, son influenciables y volátiles. Los adultos también lo somos. Habría que tener presentes varias cosas:

-La relación profesorado/ alumnado no es entre iguales. El profesorado tiene medios, experiencia, responsabilidad.

-La finalidad es que el alumnado se forme, no solo que adquiera conocimientos académicos.

-El aula no es un lugar justo necesariamente. Es un lugar de aprendizaje y de enseñanza. El profesorado tiene herramientas (ni muchas, ni todas, ni a veces suficientes) que pone en marcha.

-El instituto funciona como un microcosmos de la sociedad y tiene todas sus dificultades y sus ventajas.

-Las relaciones humanas son conflictivas por definición. A veces no basta la buena voluntad ni la profesionalidad para resolver los conflictos.

¿Qué queda tras el incendio? La película huye de un final feliz, y se lo agradecemos porque de los conflictos todos salimos perdiendo. Importa el papel que asumimos cada uno ante las dificultades, dónde nos situamos, en qué lado. Y, a pesar de eso, estaremos solos. La resolución de un conflicto no es para encontrar la verdad sino que se procura una solución de acuerdo entre el mucho desacuerdo; una solución tirita o un parche temporal que permita la marcha, no siempre la llegada a la meta.

Está de fondo el debate sobre los reflejos y la actualización de los sistemas; la institución educativa parece ir frenando un caballo desbocado mientras los resultados son decepcionantes. La enseñanza obligatoria nos pone frente a unas generaciones complejas con las que compartimos esta realidad dispar y plural en la que la tensión produce a veces una polarización sincrónica, como el descorche de una botella de champán o un fuego artificial pero sin fiestas ni luces de colores. Sin embargo, ocurren más cosas. También hay alumnado comprometido, bien formado, inquieto, curioso, disciplinado. Aunque me temo que todo esto pertenece a individualidades frente a la tendencia colectiva de conseguir la comodidad a toda costa. También en el aula.

BELLA PINCELADA

La reseña que nos trae hoy Rosario de Gorostegui nos acerca al extraño mundo de Pobres criaturas de Yorgos Lanthinos (USA, 2024). Un mundo interesante, irracional, ¿absurdo?, ¡mágico!

Este director griego nos transporta a la imaginación en cuanto se abre la puerta de una extraña casa. Hay danzantes en el cielo de su boca que sortean los jugos y ascienden en una burbuja de aliento. Se escapa la vida; así de loco es el mundo deforme que vemos a través de la mirilla que como un objetivo panorámico o un ojo de buey nos incrusta en el camarote del barco o en la habitación de un prostíbulo en París. La distorsión esperpéntica de los personajes (la dueña del prostíbulo, los animales “cosidos”, como ella misma, Bella, y el científico Baxter) nos lleva a un universo surreal en el que la deformación arquitectónica, su plasticidad curva, facilita el recorrido entre callejas, arcos, escaleras interrumpidas como edificios imposibles de Beomsik Won o la fusión de la azulejería árabe con los grabados de Escher.

Y todo esto es el decorado de un viaje iniciático, la aventura de una niña en un cuerpo de mujer, construcción que arma el argumento para ir explicando el origen hasta un final que cierra la historia como un cuento bien cosido. Y como toda historia de ficción, se admite la historia con sus reglas: es verosímil cómo se encajan las piezas y no nos preguntamos más. Quizá por eso cuando aparece el sentimiento de familia o su intención de casarse con alguien que la quiere, se produce la humanización de los muñecos, un sentimiento que recuerda a Pinocho con Geppetto. Eso ocurre al volver donde su padre que la cuidó y la quiso de forma generosa; frente a esto, la falta de vínculo con el monstruo que fue su marido y acaba convertido en un hombre con cerebro de cabra como acto de justicia. Los temas de la familia, la sexualidad o el amor se tratan bajo el paraguas del cuento, de lo irreal y lo excéntrico; por esa libertad para actuar y hablar sin límites y sin prejuicios es por lo que también la ética los pierde en cierto modo, o los mueve priorizando su felicidad y la de sus seres cercanos y queridos, de los que se rodea.

En un ambiente rico, lujoso, modernista, orgánico, onírico, el doctor Baxter nos introduce en la Lección de anatomía, de Rembrandt, tal y como lo hizo Nicolaes Tulp en el siglo XVII, y nos enseña con detalle cada corte, instrumento y músculo en una obra documentada que él mismo ilustró.

Bella indaga sin límites y sin piedad, no la detiene ética alguna lo que queda justificado por estar en una primera fase de su crecimiento mental y social. Todo en ella es virgen: sus pasos torpes e inseguros, sus juegos peligrosos en el tejado, su deseo contrariado, su sexualidad… Solo fuera, en el mundo, lejos de su benefactor-creador, podrá aprender. Por eso, busca con intuición, inteligencia, curiosidad y practicidad lo que resuelva sus necesidades. Atenta a su cuerpo y hambrienta también del conocimiento, encontrará  relaciones sólidas en sus distintas etapas. Es en ese viaje iniciático en el que se forma como persona con criterio, hasta un momento en el que apreciamos sorprendidos que ya no trastabilla al caminar sino que ha aprendido a caminar estable y también lo son sus deseos cada vez menos erráticos. Mientras tanto, se llena la escena de excesos: comida, sexo, colores, mangas abullonadas, volantes, telas satinadas y tules, y asistimos al metasueño en blanco y negro, cuando la ficción lo es aún más, dando una vuelta de tuerca a lo imaginado. Más poesía en la ya pincelada poética de Yorgos Lanthimos.  

SOSTENER EL MITO

Rosario de Gorostegui analiza la película Priscila de Sofía Coppola (USA, 2023) en la presente reseña:

La tendencia me arrastra a mirarlo a él; me freno y reoriento. Ella, una niña deslumbrada por el cantante de moda, no puede sustraerse al amor. Enamorada. Pero no es suficiente para explicarlo; estamos ante la otra cara del mito. Y para hablar de eso, tengo que mirarlo. Una y mil veces.

Es muy difícil opacar la luz y, aunque la directora no lo pretende, a lo largo de la narración de esos quince años de convivencia en Graceland, aparece el lado de Elvis hombre. Yo diría, Elvis niño o, mejor, Elvis hombre inmaduro. Porque solo pensando en su inmadurez puedo entender su impotencia, sus reacciones y lo que vive y siente por una chica de catorce años, casi diez menos que él que, para la adolescencia, supone bastante distancia. Solo con una chica menor él podía mostrarse, hablar de su madre, sentirse un igual y protegerla como si fuese un reflejo de él mismo.

Cuando somos adolescentes todo está por hacer, no en el cuerpo que ya apunta curvas y estaturas, sino en la vida: se trata de una chica de catorce años que sale de su casa y su protección en un destacamento militar alemán y va a Memphis.

Escucho el disco de Paul Simon, Graceland, con esos ritmos africanos, frenéticos, en nada parecidos al rock de Elvis, a su Graceland y sus interiores oscuros que le pesan a Priscila como a una chica desubicada. Me concentro en los tonos pastel de las mangas abullonadas, en los peinados y cardados voluminosos y los ojos delineados con eye liner, infinitos; labios rojos y tacones de escalera al cielo. Los años sesenta en EEUU, tanto ruido aunque siempre más allá de los límites, fuera de la verja de la casa, en los bares y las noches locas. Momentos que la rodean y la ocultan, incluso en la negrura del dormitorio.

Hasta aquí el espacio que Priscila ocupa, las habitaciones por las que pasea durante los años que vive en Graceland. Pero hay otro territorio: el de la necesidad del otro. Priscila asume sostener al niño que habita en el mito y Sofia Coppola nos presenta un retrato de Elvis caprichoso, narcisista, impositivo, con un predominio de su interés sobre cualquier otra cosa (dice cuándo será el momento de hacer el amor, qué vestidos debe llevar Priscila o el color de su pelo y su maquillaje…). Así, con sus contradicciones, ella decide seguir hasta ir componiendo una vida propia que se aleja poco a poco de la de él. Más allá o más acá de un análisis feminista, destacan varias cosas: el deseo insatisfecho, la voluntad de quedarse asumiendo sus gustos hasta que se va, y la libertad para irse.

El amor lo puede todo, o eso nos hacen creer. Hay un mito propio en cada historia de amor que sostenemos, apoyamos, adoramos, iluminamos. El poder del amor.

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