SECUELAS DEL HOLOCAUSTO

Resultado de imagen de kanada GOMEZ BARCENA

Un profesor universitario de astrofísica que no cree en la paz y desconfía de las palabras, para el que “sobrevivir significa mantenerse en pie mientras ellos se derrumban”, vuelve a la que fue su casa tras la Segunda Guerra Mundial. En ella no queda nada de lo que fueron sus muebles y sus cosas, excepto un telescopio.

Su pragmático Vecino, que le ha subido muebles desvencijados de la calle durante su ausencia, parece ayudarle a sobrevivir dándole unas raciones de comida cada vez más escuetas, e instándole a que trabaje o que ponga en alquiler algunas de las habitaciones de su vivienda, a las que ni siquiera va, porque disfruta exclusivamente de lo que fue su estudio. Pronto el Vecino se apropia de una habitación tras otra, y alquila (¿o subarrienda?) esos espacios a un «sobrino» sin que el dueño reciba dinero alguno por ello. En este momento, hay una inflación de órdago, la moneda anterior está totalmente devaluada y ahora son los florines los que mandan.

Los personajes se desdibujan con nombres comunes encabezados por mayúscula, así aparecen el Vecino, la Esposa, el Sobrino (convertida su casa en una pensión, se multiplican los sobrinos supuestos), el Patrón, el Bebé… El Estudiante y su queso, así como las visitas de la Esposa (la vecina) para llevarle alimentos, son un ejemplo perfecto del paso del tiempo, y ni siquiera los periódicos que le trae esta significan una relación estrecha con el mundo exterior, sino una forma de distancia que traspone una tragedia en humor negro. Su cotidianidad se limita a esperar comida para simplemente sobrevivir.

El personaje central se identifica en su encierro con un supuesto astrónomo y teólogo austriaco llamado Johannes Schneider (personaje falso, singularizado por su nombre propio y que curiosamente forma parte de todas las narraciones de este autor), al tiempo que se ve sometido a una pregunta constante sobre pesos, valores, números… La indiferencia vital se abre paso tras el horror del holocausto, y el pavor a tener que elegir entre una opción u otra es mayor que ningún tipo de miedo a su autoimpuesto encierro. Tanto le afecta que lo que hoy vale muy poco mañana pueda valer muchísimo que el encerrarse en sí mismo es una forma de evitarlo.

Esta novela está escrita en segunda persona, una segunda persona con la que un narrador omnisciente toma el punto de vista del que regresa tras la guerra a su hogar, convertido en un lugar que ya no reconoce, de ahí que se mantenga en esa especie de exilio interior. Y expresa el sinsentido de la existencia, al tiempo que hace una alegoría entre nuestra vida en bucle, como si fuera una cinta de Moebius, la danza de los planetas y sus órbitas, alucinaciones en medio de las que el enfermo protagonista se cree el astrónomo Schneider. Así, compara su despacho con la Tierra y esta con el cosmos, y acaba convencido de que la Tierra es una mota en el universo bastante más pequeña que su propio cuarto y de que, por tanto, en él tiene cabida todo, incluidas sus aspiraciones. Para él su diminuto rincón es una especie de “mapa a escala del universo”. Descubrimos que su vida se rige por el calendario hebreo (3760 años más adelante) y no por el calendario gregoriano, y se alude a la relatividad del tiempo y a las nuevas amenazas y los nuevos poderes a los que hay que obedecer (como el de la Estrella Roja) y que nos hacen comprender que ha quedado en la zona oriental de Europa.

De lo que más me ha gustado es el aspecto psicológico de la novela. El protagonista siente la necesidad de explicarse para sobrellevar la carga de su inocencia, más insoportable que la de la propia culpa: “La culpabilidad puede arrostrarse de un modo u otro. Ser inocente, en cambio, es un peso que te aplasta: la inocencia compromete al mundo entero. Si es posible sufrir los mayores castigos por nada, entonces es la realidad la que se erige en culpable, la que deja de tener sentido; un torbellino de cuerpos inertes que chocan sin razón, sin ningún motivo. Y hay que encontrar ese motivo. Hay que inventarlo si hace falta. Dar una respuesta, cualquier respuesta, por inverosímil o absurda  que resulte. Porque si de verdad fueras inocente, si ser inocente en este mundo fuera todavía posible, entonces todo lo que ves, los soldados y las alambradas, los barracones, las chimeneas, la rampa de selección y las casamatas, la enfermería, todo sin faltar un solo ladrillo ni un solo esfuerzo sería inútil, habría sido construido por nada”.

Aunque poco después nos recuerda a La visita del inspector de Preysler, en la que nadie está libre de culpa: “Esa mujer que le disputa a otra una escudilla de sopa en el fondo de su barracón, esa escudilla que seguramente no salvará a quien la posea, pero que sin duda matará a quien la pierda, ¿no es esa mujer culpable? ¿No eres culpable tú con tus zapatos nuevos, esos zapatos que pertenecieron a alguien que ahora está descalzo, alguien que hoy se raja los pies contra las costras de hielo? ¿No hay algo animal en el modo en que os matáis y os dejáis matar por un pocillo de agua o un puesto en la cola de las letrinas? Tal vez por eso los soldados os miran con esa tristeza, con tanta repugnancia, como vigilantes impotentes de un zoológico”.

De alguna manera da la sensación de que asume la predicción autocumplida, el tiempo que postula algo así como la relatividad de las relaciones humanas y las características de los seres humanos y para ello lo reviste con la teoría de la indeterminación o principio de incertidumbre de Heisenberg. Los poderosos son distintos perros con los mismos collares. ¿Kanada como purga?

Al cabo de 10 años llega un anciano que dice estar buscando a un tal János Kóvary, su sobrino, y de esa manera sabemos el nombre propio del protagonista, tan enemigo de los nombres propios. Y asistimos a pequeños recuerdos en los que se nos sugiere que fue un preso en algún campo de concentración nazi. De hecho, el título, conforme avanza la novela, descubrimos que es el nombre del comando al que perteneció en el campo de concentración en el que se supone que estuvo.

Con la novela aprendemos quién fue Mátyás Rákosi y su táctica del salami (que me confirmó Wikipedia): Rákosi, que se describía a sí mismo como «el mejor discípulo húngaro de Stalin», inventó el término «tácticas del salami» para dar a entender la estrategia de eliminar a la oposición tajada a tajada.

Símbolos interesantes que aparecen aquí son el de las hormigas, mínimas y estúpidas, obedientes, no revolucionarias; y el de las pirámides.

Y en algún sentido me ha recordado a Londres es de cartón de Unai Elorriaga (https://elenacamachorozas.wordpress.com/2012/03/12/loca-alegoria/), es probable que por el clima asfixiante que une el presente y el pasado horroroso como en una nebulosa y por las obsesiones, aunque en esta novela persiste la esperanza en lo alto de un tejado.

Aunque me ha desilusionado un poco el final, en parte por previsible y en parte por dejar en el aire varias preguntas, en general, he de decir que el otrora prometedor autor se ha convertido en todo un valor en alza que maneja a la perfección el ritmo, las imágenes y las herramientas narrativas.

Algunas otras citas:

  • Si se piensa con detenimiento es tan asombroso el milagro de la lectura. Contemplar un dibujo que no es diferente de los desconchados de una pared o de una procesión de hormigas y vislumbrar en un solo relámpago de lucidez un significado, una idea. Encadenar una reata de signos y armar con ellos un sentido que puede entretenernos o aburrirnos, conmovernos o hacernos desgraciados. Desde que has vuelto a casa ese milagro ya no se produce. Las palabras llegan a ti despojadas de su valor, no como palabras sino como garabatos abstrusos, sonidos ajenos que repites en voz alta, lleno de estupor, sin poder atribuirles ningún significado. Eso es todo cuanto tienes: un dibujo caprichoso que pasa a través de ti sin sembrar una sola idea.
  • Eso dice: comenzar de cero, y te parece una expresión extraña. La vida con una cuenta donde las cifras se restan y anulan.
  • Que puede esperarse de una especie que desde el mismo instante en que viene al mundo ya lo hace sufriendo.
  • Tal vez la moral es una enfermedad que consiste en ver las cosas demasiado cerca; tanto que comenzamos a sentir compasión y piedad por algo que debería producir únicamente risa. Un leve encogerse de hombros. Indiferencia. Porque la humanidad es de hecho ridícula, y el chiste es ese relámpago de lucidez en que por un instante lo comprendes.
  • Eso es algo que no está en los periódicos. Y, solo la calle, que es el auténtico tabloide, el pulso del corazón de un pueblo. Kanada es una sensación, una sacudida, un golpe que no puede comprenderse y que por eso nunca se borra, mientras que tu vida previa a la guerra es apenas un concepto, una idea que se desvanece en cuanto se explica.
  • Uno aprende las cosas poco a poco, o no las aprende pero igual las repite como se repite una lección masticada: respetas lo que los demás te dicen y obedeces con la esperanza de que tengan razón.
  • Kanada tiene la naturaleza contradictoria de las ciudades turísticas. Su doble condición de ofrenda consagrada a las muchedumbres durante el verano que se va afantasmando y ensombreciendo en invierno, cuando de pronto las avenidas desiertas parecen demasiado anchas y las terrazas de los restaurantes demasiado grandes. Esas ciudades balneario en las que hiberna un puñado de supervivientes, que pululan entre las casitas de baño cubiertas de hielo; que con las primeras lluvias se quitan sus disfraces de botones, de mozos de carga, de camareros, de guías de viajes, y regresan a lo que siempre fueron en realidad, es decir, vuelven a no significar nada. Eso eres tú.
  • Así sucede siempre: es más fácil recordar a los asesinos que a sus víctimas. Los mayores crímenes no dejan huella, o si la dejan es una huella que engrandece aún más a sus verdugos. Las pirámides aztecas. De pronto te acuerdas otra vez de ellas. Las ves de nuevo frente a ti, alzándose como único testimonio del dolor que causaron y sin embargo tan inocentes, tan grandes hitos de la civilización, tan postalita de recuerdo; veneradas como monumentos erigidos a la grandeza humana, en cierto modo admirables.
  • La democracia, comprenden, consiste en morirse todos juntos de frío.

PARA SABER MÁS:

https://placardcultural.com/index.php/kanada-juan-gomez-barcena/.

https://victorbalcells.com/literatura-ensayo/kanada-juan-gomez-barcena/.

https://www.letraslibres.com/espana-mexico/literatura/como-pasa-el-tiempo.

http://www.ibe.tv/es/canal/elportalvoz/4873/Juan-G%C3%B3mez-B%C3%A1rcena-%C2%ABHago-una-denuncia-contra-la-opresi%C3%B3n-en-todas-las-%C3%A9pocas-y-contextos%C2%BB.htm.